¿Recuerdan que la semana
pasada comenzamos el tema de heridas primarias? Estas son, aquellas heridas
generadas los primeros años de vida y que nos marcan de tal manera en la vida,
que las vamos repitiendo en la etapa adulta. Tocamos anteriormente, la herida de abandono, rechazo y traición.
Ahora hablaremos de otras que igualmente son muy importantes.
o
Herida de humillación: Se da en aquellas
familias donde los padres y/o figuras de autoridad, maltratan física o
verbalmente al niñ@, generando una sensación de
indignidad en el menor (no soy digno de ser querido), lo cual provocará,
que en la etapa adulta, entren en relaciones de abuso, ya sea con maltratadores,
manipuladores o narcisistas. Genera en
ellos una vergüenza tóxica, donde la persona siente que no merece ser amada por
ser tan poca cosa.
o
Herida de injusticia: Se da en aquellas
familias donde los padres no tratan igual a los hijos, por ejemplo, a unos les
dan estudios y a otros no o, conductas machistas, donde se les da prioridad a
los varones en relación a las niñas. También en aquellas situaciones fuera del
control de la familia, como por ejemplo, las guerras o los desastres naturales, donde el niñ@ de
repente se ve expuesto a situaciones de vulnerabilidad.
o
Herida de comparación: Sucede cuando los padres
hacen comparaciones entre los hijos. Por ejemplo: ¿Por qué no eres como tu
herman@, que es tan obediente, bueno, estudioso… En cambio tú, eres un flojo,
bueno para nada, desobediente… También cuando se realizan comparaciones en la
escuela; “la fila de los aplicados y la fila de los burros”. Cuando el niñ@
mismo se compara con los demás por no ser, hacer o tener lo que otros son,
hacen o tienen. Puede generar en el futuro “la celotipia”. El celoso normalmente,
siempre elige personas atractivas para enamorarse, donde en la comparación con
las parejas potenciales, siempre sale perdiendo… El otro es más guap@, joven,
exitoso, en relación a sí mismo.
o
Herida de desconexión: Se genera cuando en las
familias hay muy poco contacto físico positivo; ser cargado en brazos,
abrazado, besado, tocado de forma sana. Esto genera en la etapa adulta dos
posibles conductas; una es la “fobia al
contacto”, es decir, un miedo profundo a ser tocado, a la cercanía física.
Lo cual se va a reflejar en una dificultad grande para contactar al otro,
sintiendo una profunda angustia cuando alguien los quiere tocar e incluso
acercarse. La otra posible conducta es la promiscuidad.
o
Herida de invasión: Esta herida es muy
común, y se da cuando los padres son muy castrantes, es decir, invaden al niño
diciéndole lo que “tienen” que hacer, cómo
lo tienen que hacer, dirigiendo y supervisando cada paso de su vida. También cuando hay abuso sexual infantil o
cuando son niños muy golpeados o maltratados verbalmente. Esto significa que,
hay una invasión a los límites de la persona continuamente. Cuando estos niños
crezcan, tenderán a huir de las relaciones por temor a ser “tragados” por el
otro. Son las típicas personas con fobia al compromiso. Se relacionan
curiosamente con personas dependientes; es decir, aquellas que le tienen miedo
al abandono y hacen cualquier cosa por permanecer en la relación. Uno huye y el
otro persigue, detonando sus miedos más profundos mutuamente.
Si
se dan cuenta, podemos tener uno o más de estos miedos primarios, reviviéndolos
constantemente en nuestras relaciones. En cuanto se detona alguna en la etapa
adulta, se experimentan las mismas sensaciones y sentimientos que en la
infancia, generando reacciones desproporcionadas (berrinches, llanto
desconsolado, ansiedad desmedida, conductas compulsivas, etc.), ya que no
estamos actuando desde “el adulto”.
Pero,
¿qué hacemos para poder recuperarnos? Es importante primero reconocer cuáles
son las heridas que tenemos, así como revisar de dónde provienen, qué tiene que
pasar para que se detonen, con qué personas especialmente se detonan, para
poder así abrazar a nuestro niño interno y darle lo que en ese momento le hizo
falta.
Vale
la pena sanarlas para poder relacionarnos desde la confianza, la vulnerabilidad
y el goce, haciéndonos responsables de nuestra propia historia y darnos cuenta
cuando estamos atrayendo personas que nos la sigan detonando. Y, es más, cuando
nos aparezcan estos maestros de vida, hacerlas presentes, agradecerles la lección,
contener a nuestro niño interno, cerrando cada vez más la herida hasta que ésta
ya no duela, quedándonos tan solo una cicatriz… Si no puedes resolverlas por ti
mismo, te recomiendo que acudas a terapia.
¡Te
deseo una feliz semana!